[..] He decidido penetrar en uno de los misterios más insondables de nuestro diccionario. Misterio que es, a la vez, uno y trino. Trino no de trinar, sino de tres. Que son tres misterios, digo.
El primero es el misterio de las vaginas mutantes. El segundo, el de los clítoris movedizos. El tercero es un auténtico milagro, porque de unas ediciones (del diccionario DEL) a otras, señoras y señores, nos crecen órganos. A vosotros y a nosotras.
Todo empezó con un pene y unos testículos.
Un pene, según el diccionario, es el “órgano masculino del hombre y de algunos animales que sirve para miccionar y copular” Yo, aquí, ya me quedo cavilando y me pregunto: “Ese hombre, ¿será genérico? ¿Se habrán hecho, de pronto, solidarios con la comunidad trans? Me da que por ahí no van los tiros y es solo un genérico de los de toda la vida. Porque la definición de pene no ha cambiado desde que dejó de ser “miembro viril” en 2001. Un pene es un pene y una pena es una pena, o eso se ha dicho en mi pueblo desde siempre.
Testículo es “cada una de las dos glándulas sexuales masculinas, de forma oval, que segregan los espermatozoides”. Pero esto no ha sido siempre así. Hasta 2004, ellos tenían “gónadas masculinas segregadoras de la secreción interna específica del sexo y de los espermatozoos”. ¿Qué qué? Que antes no tenían forma y ahora tienen forma oval. A mí que me registren. Al menos no es cosa de mamíferos, no como lo mío.
Lo mío es la vagina, a las señoras, nos muta. A veces la tenemos y a veces no. Como lo leen. En cada edición se nos va transformando.
En 1817 era “el conducto que se extiende en las hembras desde el pubes hasta la vulva o matriz”
En 1884 empezó a ser un “conducto membranoso y fibroso que en las hembras de los mamíferos se extiende desde la vulva hasta la matriz” porque a finales del siglo XIX las ciencias médicas avanzaron una barbaridad y así siguió más de cien años.
En 2013 seguía igualito: era un “conducto membranoso y fibroso que en las hembras de los mamíferos se extiende desde la vulva hasta la matriz”. No nos pongamos quisquillosas porque somos hembras de mamíferos, estamos incluidas. Nosotras siempre estamos donde nos dicen, y nuestras vaginas, también.
En 2015 era “un conducto muscular- se conoce que ese año sí fuimos al gimnasio- y membranoso que en la mujer, así como en las hembras de los mamíferos, se extiende desde la vulva a la matriz”. Ay, qué emoción, hemos salido. Vagina, mira, saluda a la RAE.
En 2017 era “un conducto muscular y membranoso de las hembras de los mamíferos que se extiende desde la vulva hasta la matriz”. Nuestras vaginas siguen en el gimnasio, pero han debido de ir sin nosotras. ¿Habrase visto? Nos han salido casquivanas.
El pene, si volvéis a revisar la definición, tiene una función. Los testículos segregan algo. La vagina no. Está ahí, pero no sabemos para qué.
Al menos en 2019 seguimos con la vagina como estaba. Creo que nos dará tiempo, si nuestras vaginas nos lo permiten, de echar un ojo al segundo misterio: los clítoris movedizos.
Cuando llegas a la definición de clítoris entiendes casi todo. Entiendes lo de aplicar, entiendes lo del cunnilingus, entiendes la obsesión por el sexo. Lo entiendes to-do.
En el diccionario usual de 1884, el clítoris era un “cuerpecillo carnoso eréctil, que sobresale en la parte más elevada de la vulva”. Sí; cuerpecillo. Cuerpecillo continuó siendo hasta 2001, que pegó el estirón y se nos hizo cuerpo.
Desde 2001 el clítoris era un “cuerpo pequeño, carnoso y eréctil que sobresale en la parte más elevada de la vulva”.
En 2015 era un “órgano pequeño, carnoso y eréctil, que sobresale en la parte anterior de la vulva”.
Estate quieto, niño, que no vas a salir en la foto. Para vuestra tranquilidad, adelanto que en 2019 sigue quieto. Pero id a comprobarlo en cuanto podáis, que nunca se sabe.
Este es un caso para estudiar con atención. Los clítoris son pequeños- ¿en comparación con qué y vistos desde dónde?- y movedizos, como las arenas. Adentrarse en ellos sin saber nunca dónde te los va a encontrar…cualquiera se acerca. Vade retro, Satanás, que eso puede ser el país de irás y no volverás.
Tampoco parecen tener ninguna función. No como los penes, tan útiles, que valen para miccionar y copular. La cosa estaba complicada, pero creo que he conseguido resolver el misterio. Los clítoris en las mujeres están de adorno, como los sombreros.
Nos quedan los órganos. Y no me refiero a los instrumentos musicales precisamente. De unas ediciones a otras, nos crecen órganos.
Y aquí hay para todo el mundo, sin discriminaciones.
Nosotras hasta 2004 teníamos ovarios que eran “gónadas femeninas”. Y a partir de ese año, tenemos el “órgano sexual femenino, par en los mamíferos. La mencioncita que no falte-, en el que se forman los óvulos y se producen diversas hormonas”. ¿No os hace ilusión?
A ellos les han crecido los pezones. Así, sin darse ni cuenta. ¿Qué usted es un señor y ya tenía pezones de antes? Perdone, pero no. O solo en el caso de que le sirvieran para dar de mamar. Si no, no. Y es que, desde 1780 hasta 2013, el pezón era para la RAE la “parte central, eréctil y más prominente de los pechos o tetas, por donde los hijos chupan la leche”. Después de mucho cachondeo en las redes sociales, por arte de birlibirloque decidieron que ya sí podían tener pezones. Ahora, para su información, es usted el satisfecho poseedor de la “parte central, eréctil y más prominente de los pechos o tetas, por donde, en el caso de las hembras, chupan los hijos la leche”.
Nosotras es que hemos tenido pezones de toda la vida. Pero ¿y si los hijos no nos chupaban la leche, tampoco? Resolvemos un caso y abrimos otro. Qué desazón.
(María Martín. Ni por favor ni por favora. Ediciones Catarata. Madrid. 2019)