Heidegger nació en Messkirch (Alemania) en 1889. En 1909 ingresó en la Universidad de Friburgo donde estudió teología y después, filosofía.
Trabajó bajo la dirección de E. Husserl en la Universidad de Friburgo hasta que, en 1923, fue nombrado catedrático de la Universidad de Marburgo. En 1928 volvió a la Universidad de Friburgo para sustituir a E. Husserl en la cátedra. Em 1933 fue nombrado por los nazis rector de la universidad. En su discurso de proclamación, La autoafirmación de la universidad alemana, alabó las proezas del Führer. Se distanció de E. Husserl por su origen judío, se afilió al partido nacional-socialista y colaboró con el régimen.
Tras la victoria de los aliados en 1945, las autoridades le retiraron la cátedra y le prohibieron la docencia hasta 1951, en que fue rehabilitado. En 1969 abandonó su labor profesional. Murió en su ciudad natal, en 1976.
La obra filosófica de Heidegger arranca de la convicción de que ·el ser es el auténtico y único tema de la filosofía”. En 1927 publicó Ser y tiempo, que constituye su obra capital. Sus escritos posteriores desarrollan el análisis crítico de la historia de la metafísica en la filosofía occidental: ¿Qué es metafísica?, La esencia del fundamento, Introducción a la metafísica, Kant y el problema de la metafísica, etc.
Poco dado a la vida pública y entregado por entero a su actividad filosófica como docente y como escritor, Heidegger es uno de los filósofos más significativos del siglo XX, sobre todo por su crítica radical a la tradición del pensamiento occidental.
1.Ser y existencia.
Heidegger pretende elaborar una reflexión sobre el mundo y la cultura occidental en sus múltiples manifestaciones con el fin de fundamentar un nuevo Humanismo y recuperar así su sentido unitario, un tanto disperso y en crisis.
Dado que lo que el ser humano entiende de sí mismo y sus manifestaciones culturales son producto de una manera concreta de concebir la relación ser-pensar- es decir, son producto de una metafísica-, es necesario comenzar por plantearse de nuevo la pregunta por el sentido del ser.
1.1.El sentido del ser.
Estudiar el sentido del ser mediante el uso del método fenomenológico (método para captar “las cosas mismas” tal como se manifiestan como fenómenos de conciencia, prescindiendo de cualquier tipo de interpretación previa), introducido por Husserl, es la tarea que emprende Heidegger en su obra Ser y tiempo (1927), en la que desarrolla el análisis de la existencia humana.
Este análisis para Heidegger, es el punto de partida para llegar a resolver el problema del ser en general; es decir, un problema vigente en filosofía desde Aristóteles. De esta manera, desde el ser humano pretende construir una ontología, una ciencia del ser.
El planteamiento de las posiciones adoptadas en este nuevo análisis produce el llamado giro trascendental heideggeriano. Su análisis no arranca de la consideración estática y objetivista del ser al modo tradicional, sino, por el contrario, de la visión dinámica y conductual del ser humano.
Para comprender el significado del ser no se puede atender primeramente al análisis de sus propiedades o categorías, sino al análisis del ser humano que, como ser privilegiado, es el único capaz de formularse la pregunta por el sentido del ser en general y del suyo en particular.
Es, por tanto, en el ser humano donde se da el hecho de la comprensión del ser. Es más, en esto precisamente radica su determinación esencial puesto que su ser consiste en realizarse como ser en medio de los seres, en hacerse su propio ser. Se impone, así, desarrollar el análisis de la existencia humana.
1.2.Ser y existencia.
La estructura humana no es el pensamiento sino la imprevisión y la indeterminación más radical. De ahí que el ser humano se expresa en la existencia, es el ser-ahí (Dasein, en la terminología heideggeriana) cuyo peculiar modo de ser consiste en tener el ser como algo que realizar: “la esencia del ser-ahí está en su existencia”.
Ser-ahí significa, pues, tomar conciencia de sí mismo como un ser “arrojado al mundo”, asumir una existencia que no se ha elegido pero que, una vez dada, se convierte en un proyecto que es preciso realizar. Por proyecto entendemos una indeterminación esencial un horizonte de posibilidades que sólo intuye un límite en la realidad inevitable de la muerte.
Las maneras de ser que son propias del ser humano, entendido como existencia o ser-ahí, son llamadas por Heidegger existenciales, rasgos o características inherentes y necesarias a este Dasein.
El análisis de estos existenciales (ser-en-el-mundo, temporalidad, etc.) es imprescindible para entender el ser del hombre.
2.Ser y mundo.
Si nos atenemos a la cotidianidad del ser-ahí, la estructura de su existencia se pone de manifiesto en el hecho de ser-en-el-mundo, de habitar cerca de las cosas, de estar familiarizado con ellas, de ocuparse de las mismas como instrumentos para la realización de sus propias posibilidades.
2.1.Mundo abierto.
Las cosas constituyen el entorno o mundo circundante, lo que tratamos en nuestro vivir diario, pura disponibilidad o manejabilidad de uso. Por tanto, es utilizando las cosas como sabemos acerca de ellas: usar es comprender.
La forma original del saber es la circunspección, el ver en torno, comprender la circunstancia y adecuarse a ella. El conocimiento o visión de una cosa en sus propiedades objetivas es un saber derivado. El mundo se nos manifiesta como un entramado de referencias de utilidad. El mundo es un existencial, y como tal está abierto, no es el conjunto de las cosas-objetos, sino el espacio en el que se dan las cosas.
2.2.Mundo compartido.
La existencia implica siempre una referencia a un yo en el mundo. En el mundo aparecen otros que son-en-el-mundo-conmigo. El mundo es, por tanto, un mundo compartido, el mundo del ser-ahí es un mundo del ser con otros. Aunque esté solo, mi ser está siempre referido a los otros seres humanos.
Además de ocuparse de las cosas, el ser humano se preocupa por los otros seres humanos, su mundo es un mundo público. El se (impersonal, “se dice”, “se hace”), que no es nadie determinado y que son todos los seres humanos, impone la forma de ser de la cotidianidad.
Este yo de la existencia humana está dirigido por las representaciones que se tienen, está caído, encubierto en el conjunto de las cosas que hay. La caída es el autoengaño de conformarse con la rutina de lo que “se dice” o “se hace” y la trivialidad de lo inauténtico.
Nuestro trato con el mundo se despliega en tres momentos, que constituyen otros tantos existenciales, a saber:
-Nuestro movernos en el mundo acontece en determinados estados de ánimo, de disposiciones que expresan la condición afectiva del ser-ahí, su forma de sentirse en el mundo, a la que Heidegger alude con el término “encontrarse”.
El ser-ahí está arrojado, existiendo en una situación en la cual se encuentra inmerso y en la que tiene que realizar la tarea de su existir. Se trata de la entrega a la responsabilidad que, entendida como necesidad, conlleva un fuerte sabor trágico.
-La existencia es un tener que hacerse su propio ser, un tener que realizar posibilidades. El ser-ahí tiene el poder de ser esto o lo otro; a esto alude Heidegger cuando emplea el término “comprensión”.
Aunque se trate de una posibilidad arrojada a la existencia, el ser humano es proyecto, es decir, comprende su posibilidad al realizarse con el ser que puede ser.
-Desembocamos, así, en el habla, que es el fundamento ontológico existencial del lenguaje, como conjunto estructurado de formas lingüísticas.
Este análisis del ser-ahí lo resume Heidegger en la idea de cuidado o preocupación. El ser humano tiene tendencia a perderse entre las cosas y a interpretarse desde ellas pero, cuidándose por las cosas experimenta la angustia que lo abre al hecho insuperable de tener que ser en el mundo.
Tentado de huir, la angustia entrega al ser humano a su propia responsabilidad, a lo que todavía no es o nunca es del todo. Solamente su propio fin, la muerte, entendida como posibilidad de no ser ya más, suprime la angustia y cierra el proceso:” ser-en-el-mundo es un ser-para-la-muerte”.
2.3. La existencia auténtica.
El ser humano, desvelando las deformaciones cotidianas, está impelido a llevar una existencia auténtica, la que va de acuerdo con su propio ser. Este hecho se ha planteado universalmente como “seguir la voz de la conciencia”, entendiendo por conciencia la resonancia en el sujeto de una voz ajena que ahora se descubre como “una llamada de la existencia a sí misma”, como “lo que invoca al ser-ahí a salir de la caída en el anonimato”.
En efecto, la renuncia a la libertad, el hecho de caer entre las cosas como una cosa más, supone para el hombre llevar una existencia inauténtica de la cual necesita escapar.
Por último, mediante la existencia auténtica, el ser humano se apropia de sí mismo y se ve como es, ve aquello que lo hace posible: su temporalidad, que viniendo hacia sí lo describe como porvenir, como un futuro que se halla fundido en su pasado. Es la temporalidad la que unifica los diversos elementos estructurales del ser-ahí y la que acaba dándole su sentido.
(AA.VV. Paradigma 2. Historia de la Filosofía. Editorial Vicens Vives. Barcelona. 2003)