Seguramente no, supongo, ya que, una vez efectuados, los progresos técnicos hacen difíciles e improbables las vueltas atrás. Podemos resistir, arrastrar los pies, rechazarlos un tiempo, pero el consentimiento es inevitable, porque el movimiento del mundo obliga a seguir el nuevo ritmo. ¿Quién rechazaría hoy la electricidad, los viajes en automóvil, los logros de la medicina moderna o los desplazamientos en avión? ¿Quién preferiría la lámpara de petróleo o la vela, la caminata o la diligencia, la enfermedad incurable o la muerte segura? Nadie, ni siquiera los enemigos del progreso o los opositores habituales de los avances de la técnica. ¿Qué ecologista cabreado con los trenes de alta velocidad, las autopistas o la extensión de los aeropuertos- y existe un cierto número de ellos- realiza sus desplazamientos exclusivamente a pie o en bicicleta?
La técnica se define por el conjunto de medios empleados por los seres humanos para emanciparse de las necesidades y penalidades naturales. Allí donde la naturaleza obliga, la técnica libera, hace retroceder los límites de la sumisión a las potencias naturales. Cuando los rigores del clima infligen al hombre prehistórico, el frío, la lluvia, el viento, las inclemencias diversas, las heladas y los calores tórridos, la técnica hecha arquitectura inventa la casa y el vestido, el curtido, el trabajo de los cueros y pieles; cuando el hambre, la sed, el sueños, esas exigencias naturales seculares, hacen sentir su necesidad, la técnica propone la vasija de barro, la cocción, las especias, la fabricación de bebidas fermentadas y alcohólicas, las alfombras, los tejidos, la ropa de cama; cuando la enfermedad, natural, impone su ley, la medicina proporciona los medios de recobrar la salud; allí donde la muerte amenaza, el hospital dispone los medios para impedir su triunfo inmediato.
En el origen, la técnica no busca más que permitirla adaptación del ser humano a un medio hostil. En un primer momento, se trata de asegurar la supervivencia. Luego, el objetivo no será tanto la supervivencia como la vida agradable. Pero el principio permanece: liberarse aún y siempre de los límites impuestos por la naturaleza, principalmente ligados al medio. Así, forzados en primer lugar a evolucionar como bípedos en la superficie de la tierra, los seres humanos se liberan de ese medio al que parecían específicamente condenados por medio de la invención de técnicas destinadas a dominar los demás elementos. El agua deja de ser hostil con la natación, que supone la observación de los animales nadadores y la reproducción de una habilidad capaz de permitir la flotación y el desplazamiento. La barca, labrada en un tronco de árbol, del que se habrá podido observar que flota naturalmente en la crecida de los ríos, permite desplazarse en seco. A continuación, la vela, finalmente, el motor, perfeccionan esas técnicas hasta el punto de hacer posible maniobrar no solo en la superficie del agua sino en la profundidad- con el submarino-. Lo mismo pasa con el aire: la observación de los pájaros induce a una reflexión sobre la forma de hacernos aún más ligeros, La aventura técnica comienza con el globo aerostático y culmina con las naves espaciales contemporáneas, pasando por los paracaídas, los ensayos de aviación de hélice, motor y más tarde turbina.
Tras las necesidades elementales de supervivencia y los comienzos del dominio de la naturaleza, los seres humanos resuelven nuevos problemas. Por ejemplo, la ausencia, la separación entre los hombres genera una necesidad de comunicación. De ahí la aparición de las tecnologías apropiadas, desde el semáforo de fuego de la Antigüedad, hasta el teléfono móvil, pasando por la invención del teléfono clásico de Bell. La técnica ofrece a los seres humanos, que cada vez son menos objetos del mundo, la posibilidad de convertirse en los dueños. Cada problema propuesto demanda una solución y anima al desarrollo tecnológico apropiado.
La historia de la humanidad coincide con la historia de las técnicas. Ciertas invenciones bastan en ocasiones para desencadenar verdaderas revoluciones de la civilización: el fuego, por ejemplo, y las técnicas asociadas, la metalurgia, la fundición, el uso de los metales y de ahí los útiles para la agricultura o las armas para la guerra; igualmente, la rueda, y la modificación de las distancias con la invención de medios de transporte de seres humanos, animales, bienes, riquezas, mercancías, alimentación, de donde vendrá el comercio; después, el motor, cuya energía hace posible las máquinas, y de ese modo, la industria, las manufacturas y el capitalismo, pero también los coches, los camiones, los trenes, los aviones; la electricidad transforma igualmente la civilización al permitir la evolución de los motores, evidentemente, pero también al transformar la cotidianidad doméstica: calefacción, iluminación, electrodomésticos, radio y televisión; la informática, finalmente, y la producción de la realidad virtual, anuncian una revolución en la que acabamos de entrar. Revolución que afecta a todos los ámbitos, desde numeraciones necesarias para los viajes interplanetarios hasta cálculos exigidos por la descodificación del genoma humano (el código genético de cada uno).
Con esos avances tecnológicos, la vida se hace más agradable, más fácil. Los seres humanos sufren cada vez menos, actúan cada vez más, y aseguran un dominio creciente de lo real. Sin embargo, podemos temer el reverso de la medalla. Una invención no existe sin su contrapunto negativo: la aparición del tren supone la del descarrilamiento, la del avión, el aterrizaje forzoso, el coche no viene son el accidente, el barco sin el naufragio, la computadora son el cuelgue, la ingeniería genética sin las quimeras y los monstruos, desde ahora, en libre circulación por la naturaleza, con plena ignorancia de los accidentes que hay que temer- como las consecuencias todavía subestimadas de la enfermedad de las vacas locas.
Hoy en día, el mundo de la técnica se opone de tal manera al de la naturaleza que se puede temer que echemos a perder el orden natural. Los progresos, proponiéndose un mejor dominio de la naturaleza, llegan en ocasiones a maltratarla, desfigurarla, incluso destruirla. La deforestación con los griegos antiguos, que construían un número considerable de barcos para sus guerras contra los persas, tanto como la contaminación por los hidrocarburos, la basura doméstica o los desechos nucleares, sin olvidar la destrucción de los paisajes para construir ciudades, infraestructuras urbanas, de calles o carreteras, todo eso pone en peligro un planeta frágil y un equilibrio natural precario. De ahí la emergencia y crecimiento en nuestra civilización, al mismo tiempo que una pasión tecnófila, de una sensibilidad ecologista tecnófoba que apela a un principio de precaución.
Del mismo modo, los progresos de la técnica no se efectúan sin dolor para los más desfavorecidos, tanto a escala nacional como planetaria. La zanja se hace más profunda entre los ricos y los pobres: unos se benefician con los productos de esta tecnología punta; los otros no disponen ni siquiera de medios para asegurar su supervivencia (el teléfono móvil para los estudiantes de los países de alto PNB en el hemisferio Norte y el hambre que provoca la muerte de millones de niños en el hemisferio Sur. En el mismo momento, a la misma hora). La técnica es un lujo de civilización rica. Cuando uno tiene dificultades para asegurar su subsistencia, desconoce el deseo de hacerse poseedor y dueño de la naturaleza.
Al igual que la ecología permite reflexionar sobre la cuestión de las relaciones entre la técnica y la supervivencia del planeta, el tercermundismo y, no hace mucho, las ideologías políticas de izquierda, piensan la cuestión de la tecnología a la luz de un reparto más equitativo de las riquezas. De donde surge la idea de que la técnica podría someter menos a los seres humanos que servirlos. En Occidente, conduce a la pauperización (los ricos cada vez más ricos, los pobres cada vez más pobres), al paro y a la precariedad de empleo (necesarios para los patrones que sostienen esas calamidades con el fin de mantener bajos sus costes de producción y optimizar su competitividad), a la disminución del trabajo (también sostenida, sin preocupación real y seria por compartirlo, a fin de asegurar in clima de sumisión de los empleados para con su empleador) , a la alienación (aumento de ritmos y cadencias, cálculo exigente y cronometrado de la productividad). Solo un combate para invertir el movimiento y poner la tecnología al servicio de las personas puede hacer esperar un mundo en el que la brutalidad, la violencia y la ley de la jungla retrocedan, por poco que sea.
(Onfray. M. Antimanual de filosofía. Edaf Ensayo. Madrid. 2005)