El término “justicia social” ya es usado en 1853 por John Stuart Mill en su famoso libro Utilitarismo: “La sociedad debería tratar igualmente bien a los que se lo merecen, es decir, a los que se merecen absolutamente ser tratados igualmente. Este es el más elevado estándar abstracto de justicia social y distributiva”.
Mill imagina que las sociedades pueden ser virtuosas de la misma forma en que pueden ser los individuos. Sin embargo, la demanda por el término de “justicia social” no surgió hasta los tiempos modernos, en que sociedades más complejas están regidas por leyes impersonales aplicadas con la misma fuerza a todos por igual gracias “ al imperio de la ley”.
El nacimiento del concepto de justicia social coincidió con otros planteamientos ideológicos y políticos: el ateísmo y el marxismo. Cuando Dios “murió”, la gente comenzó a confiar en la razón para construir un orden social justo. De este tipo de razonamiento se desprende que la “justicia social” tendría su fin natural en una regulación del mercado económico que paliara las injusticias que de él se derivan.
Todo ser humano tiene necesidades fundamentales en común, por ejemplo, comer, tener una casa donde vivir, poder acceder a los centros sanitarios, tener identidad y educación, poder expresarse y recibir cariño. Por el simple hecho de ser persona, cada individuo tiene derecho a ver sus necesidades satisfechas de la manera más apropiada a su propio desarrollo.
Pero cuando estas necesidades fundamentales no se satisfacen, tenemos que enfrentarnos a la injustica, que existe tanto en los países industrializados como en países en desarrollo. Puede ser que la pobreza sea la injusticia más importante y más extendida: no permite el acceso a otras necesidades fundamentales, como un nivel de vida razonable, una alimentación sana, asistencia médica, un medio ambiente limpio y un empleo justo. Paralelamente, esta discriminación interfiere tanto en las posibilidades que tiene los individuos de desarrollar su potencial por completo, como en las discriminaciones basadas en la raza, el sexo, la clase, la religión, el idioma, la nacionalidad o la aptitud física.
Sin lugar a dudas, Marx es uno de los pocos filósofos que, además de denunciar las injusticias sociales de su tiempo, mostró la forma de acabar con ellas. Para Marx sólo es posible conseguir un mundo mejor gracias a la colaboración y compromiso en el ámbito político. Por eso apoya que la cooperación lleva a la persona mucho más allá de sí misma, de sus preocupaciones y sus intereses, en busca del bienestar de todos los seres humanos. Quien coopera siente la satisfacción de compartir cuanto tiene con los demás en lugar de guardarlo para sí. Y ese gesto de entrega liga su destino al de muchas otras personas que también dedican su tiempo, su inteligencia, su dinero o su fuerza de voluntad a apoyar y defender a los demás. Tras el deseo de cooperar se encuentra el ideal de convertir la igualdad en un hecho cotidiano, porque no se puede hablar de bienestar mientras existan personas que no ven cubiertas sus necesidades básicas. Para convertir este ideal en realidad es necesario que todos estemos convencidos de que queremos un mundo más justo, en el más amplio sentido de la palabra, y empecemos a colaborar para conseguirlo.
(J. Muñoz Redón- M. Güell Barceló. Historia de la filosofía. Editorial Octaedro. Barcelona. 2009)