La obra de Marx es muy vasta. No obstante, podemos articular su pensamiento sobre tres grandes ejes que nos conducirán a su teoría utópica. Estos grandes ejes son el materialismo científico, la dialéctica de la historia y la sociedad comunista.
Según Marx, su teoría se basaba en lo que denominaba como “materialismo científico”. Nuestro filósofo consideraba que tanto los idealistas como los utopistas basaban sus propuestas en quimeras y abstracciones. Por el contrario, su proyecto crítico, como materialismo dialéctico, basaba sus presupuestos teóricos en certezas reales, extraídas de la experiencia. La teoría marxiana era una ciencia de la materia, no del espíritu o de las ideas o de supuestos metafísicos: “Las premisas de las que partimos nada tienen de arbitrario, no son dogmas, sino premisas reales[…]. Son los individuos reales, su acción y sus condiciones materiales de vida[..]. Estas vías son, pues, constatables por vía puramente empírica” (Marx)
Partiendo de estas premisas, Marx llega a la conclusión de que aquello que configura la vida humana son los medios de producción. Es decir, la esfera económica, el modo en que los hombres elaboran sus estrategias de subsistencia, es lo que constituye la base sobre la cual se construye todo lo demás.
Cosas como la religión, las costumbres, el derecho… son reflejos ideológicos de la economía. Esta es la base de todo lo demás. Por tanto, según sea la economía de un lugar, así será el sistema de derechos de su sociedad. Así, por ejemplo, los sistemas de derecho de una sociedad esclavista como la griega antigua o la romana son diferentes al sistema de derechos de una sociedad capitalista.
La idea principal que extrae de aquí Marx es que cada sociedad se compone de dos elementos: la infraestructura y la superestructura. La infraestructura es la economía, es decir, los medios de producción y las formas de relación laboral que existen en una época.
La infraestructura es la base, porque es el modo en que los seres humanos se abastecen materialmente de alimento. Sobre esta base, se va construyendo la superestructura, es decir, todo el aparato de creencias y valore sociales y religiosos que legitiman el sistema de producción económico. Así, las creencias de una sociedad están determinadas por la manera que esa sociedad tiene de producir alimento.
La historia de la humanidad tiene, por tanto, una base materialista. Todo lo demás es solo un derivado de la economía. La superestructura está “sobre” la infraestructura en el sentido en que, por ejemplo, lo está un paraguas de la cabeza de una persona. No es que sea superior; es solo que lo protege de la lluvia. Pues bien, la superestructura protege al sistema productivo de las críticas, pues la religión y las creencias sociales son herramientas con que las clases poderosas someten a los más desfavorecidos del sistema económico
Por eso el materialismo científico es conocido también como materialismo histórico. Es materialismo porque basa sus estudios en los datos de la experiencia, especialmente en los datos económicos, y es histórico, porque analiza estos datos a la luz de su contexto y evolución histórica. Por tanto, estudia al ser humano y a la sociedad en su realidad efectiva a lo largo de la historia, en lo que él es y ha sido, no en lo que debiera o pudiera ser: “Solo conocemos una ciencia, la ciencia de la historia” (Marx).
El motor de la historia reside, según el marxismo, en las formas de explotación económica. Cada época se caracteriza por el modo en que la sociedad explota los recursos naturales y artificiales. Pero en todo caso, sea la época que sea, hay dos cosas que nunca varían: los valores y creencias sociales de una época son el reflejo de un modo de producción económica del cual nacen y al cual justifican.
La consecuencia que se deriva de esto es la siguiente: los sistemas de valores y creencias( la superestructura) son estrategias de justificación de un sistema económico que protege a quienes beneficia este sistema económico y mental a los desfavorecidos, mientras mantiene bajo el dominio físico y mental a los desfavorecidos. Porque el otro factor que nunca cambia a lo largo del tiempo es que, según el materialismo científico, en la historia siempre hay dominadores y dominados:”La historia de todas las sociedad que han existido hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases”( Marx).
Este enfrentamiento secular entre dominadores y vencidos se produce en la forma de clases. La clase dominante es siempre aquella que detenta los medios de producción, mientras que la dominada es la que solo tiene la fuerza de sus brazos, que “vende” a las clases dominantes.
Por tanto, la clase dominante tiene los medios y la clase dominada es la que produce. Esto genera siempre, tarde o temprano, enfrentamiento entre las dos clases. Estos enfrentamientos van dando lugar a lo largo de los siglos a la caída y nacimiento de nuevos sistemas sociales. Es a esto a lo que Marx denominaba como dialéctica de la historia.
Con el término “dialéctico” Marx quería indicar que la historia no era inmóvil, sino que está en permanente movimiento, como en un “diálogo” continuo entre las clases sociales. Este diálogo, esta relación, es dialéctica porque evoluciona y cambia hasta que llega un momento en que entra en crisis e irrumpen las revoluciones y los enfrentamientos civiles y de todo tipo.
Pero, a diferencia de lo que la historia venía diciendo hasta entonces, estos enfrentamientos no tienen lugar por causas ideales o por el carisma de un general, etc., sino que son siempre el fruto amargo de la rebelión de una clase desfavorecida contra la clase dominante que detenta los medios de producción, es decir, la riqueza y las herramientas para producirla ( ya sean tierras, maquinaria…) .
La dialéctica de la historia implica la revolución. En la medida en que una sociedad no instaura un orden justo, tarde o temprano entrará en un colapso bélico que llevará, o bien a la transformación total de la situación anterior, o bien terminará con una tragedia general, en la que el enfrentamiento pasará factura a todos los contendientes.
Ahora bien, este camino indefectiblemente sangriento de la humanidad no es fruto de una providencia divina. No es un castigo del demonio que condena a los seres humanos a la guerra. Todo lo contrario, el marxismo, como filosofía atea, responsabiliza a los seres humanos de su entera situación:”Es el lado malo el que da nacimiento al movimiento, el que hace la historia provocando la lucha” (Marx).
Por tanto, si los seres humanos hasta entonces habían caminado por la historia sobre las huellas ensangrentadas del pasado, era porque ninguna sociedad había evolucionado lo suficiente como para instaurar el sistema de vida perfecto que diera respuesta a la innata sed de emancipación de todos los hombres.
La dialéctica de la historia, es decir, la historia conocida hasta entonces, según el marxismo, ha evolucionado a través del enfrentamiento porque todos los sistemas sociales que han venido existiendo se han basado en la antítesis de opresores y oprimidos, sobre la regla geneal de la propiedad privada.
La propiedad privada constituye la piedra angular de la injusticia social. De ella nacen el resto de diferencias de clase que finalizan indefectiblemente con la lucha de clases.
Según Marx, de un modo u otro, a lo largo de la historia todos los sistemas se han basado en la propiedad privada como herramienta de la minoría opresora-dominante para excluir a la mayoría de las riquezas. No obstante, para que los oprimidos no se levantaran contra el injusto sistema, los dominadores elaboraron sistemas de creencias que justificaban su pode superior y además permitían ciertas concesiones a los oprimidos para que no se levantaran. Es decir, otorgaban las migajas morales y materiales suficientes para mantener a raya a los desfavorecidos, enajenando así su derecho a la igualdad.
El comunismo marxiano afirmaba que la clase burguesa ya ni siquiera daba al proletariado ni los falsos lenitivos ideológicos y materiales que los mantuviera en su paupérrima situación. La explotación había llegado a tal límite de inhumanidad por parte de la burguesía que los proletarios habían adquirido conciencia como clase oprimida. Esta conciencia de clase será el paso inicial para iniciar la futura revolución fina: la revolución comunista. Y en este punto es donde la teoría marxiana comienza a adentrarse en el territorio más característicamente utópico.
Según las hipótesis del materialismo histórico, la futura sociedad comunista instaurará un sistema tan perfecto que terminará con la dialéctica histórica. Es decir, el comunismo será una sociedad tan perfecta y bienaventurada que será el final de la historia, en la medida en que la justicia y el bien serán de tal grado que ya no se producirá el choque entre oprimidos y opresores.
De hecho, ya no existirán clases sociales. La igualdad será tan plena y absoluta que no habrá lugar a disensiones ni enfrentamientos. La historia de las revoluciones se habrá acabado, porque todos, absolutamente todos los miembros de la sociedad comunista futura, serán una gran hermandad, en la que no habrá propiedad privada y, por tanto, no habrá el gran peligro de escindir a los seres humanos entre propietarios de los medios de producción y no propietarios que solo detentan la fuerza de sus brazos, fuerza esta que en un sistema como el capitalista era robada por los empresarios.
La clase burguesa vendrá a ser superada revolucionariamente por la clase proletaria. Esto, sin embargo, se llevará a cabo en dos momentos.
El objetivo del comunismo es terminar con toda clase social, con toda diferenciación de los hombres en oprimidos y opresores. Ahora bien, dado que la dialéctica histórica implica siempre la lucha de clases, esto conllevaría que, tras la vitoria de los proletarios contra los burgueses, aquellos vencedores, los proletarios, se convertirían en la clase opresora del nuevo sistema comunista. Pero esto sería un contrasentido y, además, implicaría que el proletariado no ha fundado el comunismo, sino un nuevo sistema de dominio al modo tradicional de opresores- oprimidos.
Por el contrario, Marx aseguraba que el proletariado estaba llamado a terminar con la dialéctica histórica, a ser la última clases social de la historia. Esto implicaba que la clase oprimida, una vez venciera a la burguesía, no iba a implantar un sistema nuevo de opresión, sino todo lo contrario: instauraría un sistema no tradicional, es decir, un Estado en el que no hubiera diferencia entre opresores y oprimidos.
Pero esto solo podría conseguirlo a través de un Estado intermedio, previo a la consecución del futuro Estado comunista, es decir, previo al final de la historia. Este momento previo es lo que Marx denominó como “dictadura revolucionaria del proletariado”.
El marxismo no es una teoría estatalista sino, antes al contrario, es una filosofía que piensa en términos universalistas. El comunismo, a ojos del pensador alemán, no podía ser el fruto de un Estado; era el destino de toda la humanidad, porque el proletariado era una clase transversal, es decir, una clase global, no meramente estatal.
Por tanto, cuando comenzaran las revoluciones, correría como la pólvora en todo el mundo. Esto provocaría el estado inicial de la dictadura del proletariado. En este período la nueva clase victoriosa se haría con todos los medios de producción que hasta entonces detentaban los burgueses. Pero, por otra parte, ellos todavía no se habrían liberado del dominio burgués si permanecían considerándose a sí mismos como una clase.
Una vez que se produjera la revolución, el proletariado dejaría de ser ya una clase social, porque el sistema burgués capitalista que los dominaba bajo la forma de clase ya había dejado de existir. Este período en el que el proletariado se libera del clasismo capitalista, pero no ha fundado todavía el sistema comunista, es el estado intermedio de la dictadura del proletariado:”Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista se sitúa el período de transformación revolucionaria de la una en la otra. A este le corresponde también un período político de transición cuyo Estado no puede ser sino “la dictadura revolucionaria del proletariado” .
Una vez superado este estado que, a juicio de Marx, era inminente, el proletariado superaría los tres condicionantes fundamentales heredados del sistema social capitalista que acababan de derribar: la forma de control del Estado, la forma de distribución de la riqueza de la propiedad privada y la distinción de la humanidad en clases.
La sociedad comunista sería un mundo sin Estado, sin propiedad privada y sin clases sociales, en la que la igualdad sería totalmente real. Sería, por tanto, el final de la historia y, por ende, el reino de la libertad. Como se puede apreciar con un ánimo crítico, en este punto el materialismo científico se acerca bastante al pensamiento desiderativo utopista. Por otra parte, estos objetivos sociales coinciden de alguna manera con los del anarquismo, pero no deben confundirse, porque ambas corrientes son contrarias en muy importantes aspectos.
En todo caso, en la futura sociedad comunista los seres humanos vivirán en un mundo sin opresores ni oprimidos. El mundo social y natural cohabitarán reconciliados. Las riquezas serán repartidas según las necesidades de cada uno, y el trabajo será un deber común libremente elegido, cuyo fruto no será usurpado por otra clase social que tenga en propiedad los medios de producción, ya que tanto el trabajo de cada uno como los medios de producción para generar riqueza serán de propiedad colectiva.
Asimismo, dado que el sistema comunista es justo en lo que se refiere a la distribución económica, dará lugar a una superestructura, es decir, a un sistema de valores y de leyes igualmente justo. La superestructura no volverá a ser el sistema ideológico de dominio de la clase opresora sobre la oprimida. Según el pronóstico marxiano, un sistema económico sin propiedad y justo y, sobre todo, sin clases tendrá como consecuencia inevitable un sistema de valores humanitarios perfectos.
Cuando uno mira todo este entramado teórico retrospectivamente, cae en la cuenta de los numerosos elementos antiguos que sintetizó el marxismo. Así, la idea de la historia como lucha de clases recuerda bastante a la estructura dinámica que planteó san Agustín, cuando afirmaba que la historia de la humanidad es la historia de la Ciudad del Hombre frente a la Ciudad de Dios, y la promesa de que el final advendrá cuando la justicia de la ciudad divina impere en la Ciudad del Hombre. Esta reconciliación final de la historia agustiniana inspira ese aire salvífico del comunismo de Marx.
Del mismo modo, esa esperanza en un mundo sin Estado, en el que los hombres se gobiernan en igualdad sin necesidad de coerción, tiene un aire al comunismo cristiano primitivo, con quien además compartía la idea de la comunidad de bienes como institución fundamental para la convivencia.
Una vez más, nos damos cuenta de que la historia no es una mera repetición del pasado pero sí una permanente reelaboración de viejas ideas lo suficientemente vivas como para presentarse con toda la fuerza de la juventud en cada tiempo presente.
(Rafael Herrera Guillén. Breve historia de la Utopía. Editorial Nowtilus. Madrid 2013)