Hannah Arendt nace cerca de Hannover (Alemania) en 1906, en el seno de una familia judía originaria de Königsberg, la ciudad natal de Kant, a la que regresan cuando Hannah cumple los tres años. Recibe una formación muy liberal y completa. A los 14 años ha leído la Crítica de la razón pura, de Kant.
Con 18 años inicia los estudios de filosofía en una Universidad de Marburgo, y asiste a las clases de Heidegger y Hartmann. Con el primero, casado y padre de familia, mantiene una relación sentimental. Con 20 años se traslada a Friburgo para estudiar con Edmund Husserl. Se doctora en Heidelberg con la tesis El concepto de amor en San Agustín, que dirige Karl Jaspers.
En Berlín se casa en 1929 con Günther Stern. Se va interesando progresivamente por cuestiones políticas; lee a Marx y a Trotsky. Se preocupa y ocupa de la cuestión judía, tanto teórica como prácticamente; escribe artículos y forma parte de diversas asociaciones en defensa de los derechos del pueblo judío perseguido. En 1937 el régimen nazi le retira la nacionalidad alemana.
Se traslada a París donde frecuenta ambientes intelectuales y traba amistad con Walter Benjamin. En 1940 se casa con Heinrich Blücher. En el sur de Francia es internada durante cinco semanas en una especie de campo de concentración con otras mujeres de origen judío. En 1941 logra llegar a Nueva York con su marido y su madre.
Será apátria hasta que en 1951 se le conceda la nacionalidad norteamericana.
En 1953 consigue una cátedra en el Brooklyn College de Nueva York. En 1959 es la primera mujer en enseñar en Princeton como profesora invitada.
Entre 1963-1967 enseña como catedrática en Chicago y de 1967 a 1975 es profesora de la New School for Social Research de Nueva York. En 1972 consigue una reparación por los daños sufridos a causa del nazismo y su caso sienta jurisprudencia.
Fallece en 1975 en Estados Unidos de un infarto de corazón.
Hannah Arendt prefiere considerarse a sí misma más teórica de la política que filósofa. Para ella la libertad y la justicia constituyen los principios básicos de la política. Su reflexión está condicionada históricamente por los sucesos vividos en la Alemania nazi. Arendt sostiene que Alemania ha destruido el tejido moral de Occidente. No obstante, en su obra resuenan evidentes ecos de una formación eminentemente filosófica. Así, en El existencialismo francés, de 1946, presenta a Albert Camus como modelo de existencialista.
En 1951 aparece en inglés Los orígenes del totalitarismo. Sostiene Arendt en esta obra que los movimientos totalitarios, en especial el nazismo y el estalinismo, se apoderan de cosmovisiones e ideología previas y las convierten en formas de Estado que eliminan los principios básicos de toda política legítima- libertad y justicia-, sirviéndose del instrumento del terror. Ése es uno de los rasgos característicos del totalitarismo, además de su aspiración al dominio mundial.
Toda ideología resulta por ello peligrosa: así, por ejemplo, la creencia en la ciencia por parte de los burgueses del siglo XIX se apropia del darwinismo, al que se le añade el idealismo para alimentar el concepto de “ley natural” de los nacionalsocialistas, que tan nefastas consecuencias habría de tener en el desarrollo y aplicación de una demencial doctrina de las razas.
El suceso histórico del nazismo le sirve también a Arendt para criticar, como ideológica, la fe en el progreso histórico, el optimismo de cara al futuro, que no contempla la posibilidad de un nuevo comienzo o de un fracaso de la nueva generación.
En 1961 es enviada a Israel como reportera de la revista The New Yorker para cubrir el proceso abierto contra Eichmann, un criminal de guerra nazi. Surge así la obra de 1963, Eichemann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal. En ella sostiene Arendt, según indica el subtítulo, que el mal es banal, no tiene detrás un proyecto, un plan, una reflexión medios-fines, una meta, una “inteligencia”, sino que se ejecuta de forma trivial, por gentes como Eichemann que asesinan en masa con la misma tranquilidad con la que plantarían semillas o recolectarían frutos. Esta banalidad sorprendente deja sin pensamientos ni palabras. Una banalidad que no eleva al criminal ni siquiera a la altura de “ignorante en último extremo”, como hacía el intelectualismo moral socrático, sino que lo deja mucho más abajo, en una insustancialidad tal que roza la “i-nocencia”. Esta tesis de la banalidad irritó mucho a analistas del Holocausto, como Raul Hilberg, que, en La destrucción de los judíos europeos, le había seguido la pista con datos apabullantes al plan de destrucción masiva. Irritación alimentada por el hecho de que Arendt se sirva de los datos de su libro sin citar la fuente. La polémica se ve incentivada por el papel que Arendt concede a los consejos judíos, que llevaban judíos a la muerte colaborando con el régimen nazi. Se acusa a Arendt de una irreflexiva puntillosidad que acaba borrando las fronteras entre víctimas y verdugos. Arendt responde con el rechazo de la idea de culpa colectiva y prefiere hablar de responsabilidad personal. La pregunta no sería entonces: ¿por qué obedeciste?, sino ¿por qué colaboraste?
En 1964 publica Verdad y política, obra en la que sostiene que no existe la verdad absoluta; la verdad, en el intercambio con los demás, se convierte en una “opinión entre opiniones”: la verdad unilateral es inhumana. Alaba el papel desempeñado por Dinamarca durante la Segunda Guerra Mundial, que consiguió evitar la deportación de judíos de su territorio.
En el terreno de la ética, sostiene Arendt que por naturaleza, el ser humano no es ni bueno ni malo. Rechaza, por otro lado, el recurso a la trascendencia o la conciencia como base de la moral. El egoísmo reinante en las sociedades humanas se enfrenta a las exigencias de la comunidad. Arendt defiende en este sentido una ética comunitaria que ha de negociarse continuamente. Los filósofos, por lo general, han errado en ética por dejar de lado la pluralidad esencial al ser humano. A Marx le reconoce, sin embargo, “valor” y “sentido de la justicia”, y aprecia positivamente el sentido revolucionario de sus análisis. El comunismo, en cambio, se le antoja como una pura ficción. Como formas de gobierno distingue y acepta la democracia, la república y la república de consejos: esta última le parece la más próxima a la democracia directa. Considera a Kant el único filósofo en el que no se aprecia una tendencia hacia la tiranía.
El trabajo debe mantenerse dentro del ámbito privado para evitar la búsqueda sin fin de la abundancia. Critica la sociedad de consumo y propone una autolimitación del trabajo con la que se adelanta a la ecología política y a las nociones de simplicidad voluntaria y decrecimiento económico.
(Agustín González Ruiz y Fernando González Ruiz. Historia de la Filosofía. Editorial Akal. Madrid. 2009)